Material recopilado por Héctor "Piolín" Villafañe para su programa de Radio "Tiempo de Yupanqui".
Muchas Gracias Atahualpa"
Un Intento por rescatar y divulgar la obra de Atahualpa Yupanqui.
Del que pasó más de medio siglo de su vida convirtiendo en poesía universal sus vivencias personales. Del cantor que conmueve porque dice lo que todos quisiéramos decir: "Amo la luz, y el río, y el silencio, y la estrella..." Del Patriarca del Canto Nacional, del que no fue argentino solo por nacimiento; del que fue ante el mundo embajador esencial de nuestro arte vernáculo.
Difundir la Obra Yupanquiana es contribuir al conocimiento y el sostén de la cultura nacional; es enterarnos que Yupanqui, con el signo esencial de su guitarra, su palabra simple y su voz limitada, pero expresiva, y hasta con su presencia de paisano aindiado, logró traducir el canto de la tierra.
Este trabajo que ya se a ofrecido gratuitamente en varios establecimientos educacionales, según el detalle que se acompaña, es un estudio de obra yupanquiana acercándonos al manantial de su canto, estudiando y comprendiendo los valiosos afluentes que confluyen al mismo: "La tierra, el camino, el silencio, la soledad, el destino de dar, el amor, el gaucho, la libertad del hombre".
Este aporte consta de una exposición de material que pertenece al que suscribe logrando después de más de 40 años de pasión por lo nacional y folklórico y en especial por lo yupanquiano.
Allí podremos apreciar; cassettes, discos, discos compactos, toda la obra literaria de Yupanqui. afiches en colores de sus actuaciones por el mundo, videos, material gráfico de toda la vida de Atahualpa y cosas inéditas que he logrado atesorar desde hace muchos años y que estimo bueno compartir. Además de la exposición ofrezco simultáneamente una charla analizando la obra de Yupanqui y al final se proyecta el video "Muchas Gracias Atahualpa" con un cierre de intercambio de opiniones y preguntas de los presentes. Se distribuye además,. gratuitamente, 1 cuadernillo con "Cosas de Yupanqui", que es una pequeña colección de dichos, citas, reportajes, escritos y poemas poco conocidos. Se deja de regalo el citado video.
Este emprendimiento está destinado a estudiantes secundarios y se puede trabajar con materias como historia, literatura, música etc., Puediendo agruparse varios cursos para lograr una mayor participación. En varias localidades se ha trabajado con las Direcciones o Secretarías de Cultura, las que han servido de nexos y puntales de organización de estas presentaciones.
Este trabajo ya ha sido recomendado por publicación "Con Todos y Entre Todos" Información Educativa de la Subsecretaría de Gestión y Planificación Educativa , y fué declarado de Interés Educativo Cultural mediante Decreto N 353/2002 de la Municipalidad de Río Tercero, y de Interés Educativo por el ministerio de Educación de la Pcia de Córdoba mediante resolución 953/2003
Relatos 1
Cuando en ocasiones le preguntaban a Yupanqui si no lo invadía una honda nostalgia cuando andaba en otros continentes, ya que vivía buena parte del año lejos de su tierra, solía contestar que no extrañaba la tierra de una manera enfermiza, que tira para abajo, que angustia; y decía que se liberaba gracias a la guitarra.
“Si tengo nostalgias de Tucumán, que la he tenido y muy fuerte, me encierro en mi cuarto en parís, toco y canto ocho zambas tucumanas, entonces Tucumán se me agranda y lo veo clarito como el agua… ¿siento nostalgia de la Pampa? Tres milongas, dos estilos y salgo”, solía decir.
Y ante la nostalgia de los amigos escribía cartas, contaba detalles.
Y vocación le impuso el camino y con ello las despedidas y las lejanías nostalgiosas, más teniendo en cuenta su sensibilidad siempre a flor de piel. Atahualpa decía: “para los que han nacido con el infinito anhelo de andar, los caminos no comienzan en la tierra: empiezan en el corazón”. “El hombre deja atrás el hogar, el calor de los seres y las cosas queridas, y parte con una visión que atrae irresistiblemente, para su dicha o para su dolor; no soy de los que abandonan la tierra para escapar de algo. Enamorado de los tres misterios argentinos, como los llamaba Ricardo Rojas: La pampa, la selva y la montaña, siempre que puedo regreso a ellos”.
Entre estos misterios han vivido seres nuestros. Unos cobrizos, otros anchos, otros altos, desde los Onas, hasta los Querandíes, Quichuas o Calchaquíes. Ellos han dicho cosas, han amado. En lo posible, hemos de ampararnos de sus historias.
La voz de la tierra querida por un lado; por otro, el camino. Pero a la vez, el camino fue antes búsqueda del alma del paisaje telúrico y ahora el camino es para sembrar el canto de la tierra, para darle vos a esa tierra.
Decía Yupanqui: “vuelvo a mi tierra con mucho cariño… tengo la necesidad del aire de mi tierra, que me llama, que me llama… no tiene lazos, pero ata…”
Relatos 2
Hablando del aprecio y cariño por su tierra, a pesar de su condición
de caminador incansable, Yupanqui decía: “vuelvo a mi tierra con
mucho cariño… tengo la necesidad del aire de mi tierra;
yo soy de mi tierra, y siempre tengo que volver aquí cuando
necesito regar mi árbol.”
Con relación a la angustia y la melancolía que le producía
el hecho de separarse de su tierra y no poder volver, un día
escribió:
“Soñé que el río me hablaba con voz de nieve cumbreña, y
dulce, me recordaba las cosas de mi querencia: tú que puedes
vuélvete… me dijo el río llorando. Los cerros que tanto quieres,
me dijo, allá te están esperando. Es cosa triste ser río, quién
pudiera ser laguna… oír el silbo del junco cuando lo besa la luna…
que cosas más parecidas son tu destino y el mío: vivir cantando
y penando por esos largos caminos.”
Relatos 3
Atahualpa, tierra-que anda, camino, camino. Pero su caminar es
para algo, tiene un cometido: quiere iluminar. “Yo voy andando
y cantando que es mi modo de alumbrar”, como la luna tucumana,
o como repetimos diariamente al comienzo de estas lecturas:
“¡lucecitas que prendí p’alumbrar los corazones!”, o en su “destino
del canto” asegura de quien ha sido elegido como él para el canto:
“Nada apagará la lumbre de tu antorcha, porque no es tuya.
Es de la tierra, que te ha señalado” su canto que fue siempre
una lámpara milagrosa, una lumbre, utilizó también otra imagen
, la de la flecha arrojada al aire.
Él afirmaba su fidelidad a la forma simple del canto nativo y decía
que estaba dispuesto a “la chacarera doble hasta el final de mis
días porque estoy defendiendo la última astilla de una flechita”.
La imagen de su canto es como una flecha arrojada al aire.
Su caminar fue como un arco tenso no para disparar la flecha
de la muerte, sino la luz de la vida. El decía: “pase lo que pase,
que llenen mi boca de arena, que rompan mi guitarra, la flecha
de la luz ya vuela por los aires, brillando al sol”. Atahualpa confió
en que la flecha de su canto en sus incontables años de trovador
seguirá volando, y que él la seguirá viendo con los ojos de sus
hermanos, pese a cuanto se conspire en contra.
Relatos 4
1971, el reencuentro.
Hacia unos años que don Ata vivía en París, en si departamento
del barrio del Observatorio, primero; después el de Alesia.
Cansado de tantos obstáculos en su camino de trovador –
pasó meses y meses sin que le ofreciesen un lugar adecuado
de actuación- buscó otros horizontes y lo sería con un éxito
mundial tremendo.
Venía esporádicamente y con algunas actuaciones casi furtivas,
recluyendo enseguida en Cerro Colorado, y enseguida
nuevamente regresa a Europa.
En un reportaje que le hicieran el 15 de julio de 1971 le
preguntaron por qué vivía en París.
“Porque es el centro”, respondió. “El centro de un montón
de actividades que me conciernen.
Está a minutos de Ginebra, de Madrid, de Bélgica, de Londres…
pero París no es sólo un centro geográfico. Es el centro cultural
de todo… pero a mí París no me va a cambiar el “haiga”.
Nunca canto en otra lengua que la nuestra”.
En ese año, 1971, Yupanqui fue invitado a brindar cuatro
conciertos en el teatro Alvear de la ciudad de Buenos Aires.
Esto constituyó un hecho extraordinario, ya que a sala repleta
durante los cuatro días, todos los asistentes, jóvenes,
de mediana edad o mayores, quedaban absortos y sumidos
en una especie de meditación y silencio por lo que estaban
percibiendo sus ojos y oyendo sus corazones.
Cuenta la crónica que en aquella oportunidad apareció Yupanqui
en el escenario, hubo un cerrado aplauso y un sobrio
agradecimiento. Se creó en el instante silencio total,
una actitud recogida y expectante de la sala. Sin ningún
lugar para la frivolidad, ninguna demagogia, un silencio
infinitivamente receptivo.
Relatos 5
Al reencuentro de 1971 sucedió el siguiente año otro grato suceso.
La noche inaugural del XXI Festival Nacional de Folklore de 1972,
Cosquín le tributaba el homenaje de reconocimiento de su
inestimable aporte, denominando “Atahualpa Yupanqui”
al escenario mayor de la plaza Próspero Molina. Aquella noche
el corazón del Valle de Punilla se pobló de una impotente bandada
de palomas de los pañuelos en alto, cuando el cura de Cosquín,
padre Monguillot, inició el acto destacando e interpretando
el sentir de todos sobre lo justo y merecido de este homenaje.
El poeta salteño César Perdiguero leyó un romance escrito para
la ocasión.
La crónica de entonces decía: “don Ata transitó la geografía
nacional bebiendo en el paisaje y en las inquietudes y penurias
de sus habitantes, toda la riqueza poética que fundamenta su
cancionero. Atahualpa le cantó al sufrimiento y a la alegría del
hombre, al amor y a la vida, al caballo y al árbol, a la tierra y al cielo, al paisaje y al pájaro, y en cada una de sus obras dejó impreso
indeleblemente una vivencia, una enseñanza, un pedazo de
realidad”. Oscar Valle decía que Atahualpa es una figura de
excepción en cualquier país del mundo.
Un periodista escribió: “anteanoche sobre el ondulante vaivén
de miles de pañuelos que se levantaron para homenajearlo,
sobre el río de luz que inundó la plaza Próspero Molina para
que pudiera ver a su pueblo elevado en admiración sobre la
ovación inmensa, Atahualpa nos dejó la última enseñanza en
sus breves palabras de agradecimiento:
“Es un honor para mí” – dijo- “que se llame con mi nombre
este escenario consagrado por tantas voces… también podría
llamarse Buenaventura Luna, o Acosta Villafañe, o Hilario Cuadros,
como podría llevar el nombre escondido de algún paisano
del pueblo… pero de cualquier modo, me siento verdaderamente
honrado por el acto: agradezco a la Comisión Municipal de Folklore, y en especial al pueblo de Cosquín, el homenaje que se rinde a mí
a tantos creadores… ojalá, en nombre de ellos, el mío se conserve
por muchos años. Pero que se borre si alguna vez, desde este
escenario se llegara a cantar a los dictadores”.
Relatos 6
Continuando con lo sucedido en 1971 cuando Yupanqui se
reencontraba con el público argentino a través de sus
actuaciones en la Capital Federal, la revista Folklore reproducía
por entonces dos valiosos juicios. Decía Irma Constanzo,
eminente concertista y maestra de guitarra: “es un intérprete
excepcional. El valor emocional de su guitarra, creo que no
puede ser dado por ningún otro instrumentista con tanta
profundidad”. Y también opinaba Narciso Yepes, uno de los
primeros entre los grandes de hoy; quien estuvo presente en
la sala: “no quise perdérmelo. Oiga usted, para mí Yupanqui es,
más allá de su
sonido humano, un guitarrista de gran técnica. Pocos se animarían
a cometer en su género con sus obras: sortea con facilidad las
dificultades y tiene algo que muy pocos pueden ostentar: un estilo absolutamente definido. Un estilo que si fuera posible imitar,
ya habría creado escuela en todo el mundo”.
Ese mismo año del reencuentro se estrena el teatro Regina
“Tupac Amaru”, que lleva subtítulo “La tierra cantada”,
cantata con música de Enzo Gieco y Raúl Maldonado.
Es una evocación poética, estremecida, de aquel cruento
sacrificio.
Evoca el cruel sacrificio de José Gabriel Condorcanki,
Tupac Amaru quien sujeto todo por lazos, en sus cuatro
extremidades a cuatro caballos, cuyos jinetes tiraron para
despedazarlo, hacia los cuatro puntos cardinales.
Dice una parte de esta cantata:
“Fue aquí, sobre esta sierra de granito donde el cóndor se ha
dormido. Aprisionado, pero nunca abatido. ¡Tupac Amaru!
¡Tupac Amaru! cuatro caballos en cruz una mañana de vientos.
Cuatro jinetes de sombra. Cuatro fantasmas sedientos.
Se fue durmiendo callado. Silencio despedazado por cuatro
potros en cruz ¡Tupac Amaru, Tupac Amaru!
Relatos 7
Continuando con la crónica de lo acontecido en los recitales
ofrecidos en el año 1971 en el teatro Alvear de Buenos Aires
conviene destacar que comenzó el espectáculo con “Zamba
de Vargas”, casi como un antiguo preludio de religión patria.
Luego, más de una hora de interpretaciones llenas de emoción
y de profundo sentimiento. Atahualpa supo comunicarse a un
nivel hondo.
Al terminar cada pieza restallaban los aplausos, pero él, abrazando
de nuevo la guitarra, la acomodaba a su zurda, para proseguir,
y el silencio se imponía al unísono. Así durante toda la velada.
Así los cuatro conciertos. No fue brillante. Prefirió la profundidad
meditativa. Las notas necesarias, nada de sobra.
Si el público se sintió tocado, también el trovador. Dicen que más
de una lágrima escondida acompañó la emoción de haber logrado
la más auténtica comunicación con su pueblo. Fue un real
reencuentro, sin efectismo de superficie, sin triunfalismos
vanidosos.
Seguramente han sonreído los abuelos, satisfechos de no
haber muerto para siempre.
Aunque hubo de volver pronto a París por sus compromisos
artísticos, este juglar sin fronteras, prometió volver y quedarse.
Porque debió sentir la voz del infinito viento que corre por las
llanuras, selvas y montañas de nuestra tierra; porque acaso
deseó comulgar con su misterio sumergiéndose en su silencio
para reiterar el gesto de entregarlo hecho música y palabra.
Relatos 8
Volviendo a 1972, año en que era impuesto con su nombre el
escenario del Festival Nacional de Folklore, esa tierra que andaba,
que fue Yupanqui, vuelve a vibrar los teatros y a asumir en
meditación casi mística a los públicos de Francia, Suiza, México,
Venezuela. Es casi imposible dejar en lo escrito tantos caminos
que recorrió y tantos aplausos recogidos.
En 1974 Yupanqui ofreció en París ocho recitales en días
corridos. Haciendo esa referencia, escribió Germán Arciénagas:
“Ocho días ha cantado y tocado Yupanqui en este teatro de la
ciudad de París. Los ocho días, millares y millares de
latinoamericanos y franceses y europeos han llenado hasta
el tope la gradería. Se ha visto forzados los empresarios a
permitir que se sienten en las escaleras muchos más.
Desde la primera noche, se vendieron las entradas para
todos los ocho conciertos.”
Atahualpa canta y habla en el castellano de su tierra, pero
¿Quién puede no entenderlo? Millares de quienes lo oyen no
saben nada de este mundo de donde él viene-no saben lo que
es el silencio. Y a lo mejor no saben lo que es una guitarra.
Su poesía musical expresa algo del hondo del alma, algo del
abismo del corazón humano que retumba como un eco silencioso
en el corazón de cada hombre. Canción poetisa yupanquiana
anuda relaciones entre los hombres y los pueblos. Será por eso
que el entonces presidente de Venezuela le confirió la orden de
Francisco Miranda por su labor de acercamiento entre los hombres
a través de la canción y la poesía. Desde siempre Atahualpa
conjugó el hombre y el paisaje, tierra del hombre; hombre tierra
que anda. El hombre tallado por la tierra-paisaje y el paisaje
labrado por el hombre. Su canto abraza la tierra y el cóndor,
la tierra y el cielo, el hombre y lo sagrado. Por ellos su arte
trasciende constantemente, resulta grato al japonés, al europeo,
al americano, grato a los grandes públicos como a las élites cultas.
Relatos 9
Cerro Colorado:
Don Ata dijo una vez: “si yo vivo siempre en un hotel confortable
y no voy nunca a Cerro Colorado, aunque hable mucho de la vida
al aire libre, significaría que en algo estoy mintiendo”.
En esa pequeña comarca de hombres sencillos, entre esos cerros
que albergan enigmáticas pinturas rupestres, levantó hace años
su casa don Ata. Yupanqui gustaba refugiarse en Cerro Colorado,
como lugar síntesis de su querencia.
Esta región del norte cordobés, de piedras antiquísimas y extrañas,
con las bellamente arcaicas litografías en sus cerros, que allá por
1903 descubriera el escritor Leopoldo Lugones durante una
excursión por esas sierras en donde encontró sosiego y paz,
que son un compás de espera en el camino, para escuchar
enseguida el viento del horizonte que siempre está más allá…
allí acaso su inspiración toma el vuelo de esos cóndores de alas
abiertas, largo cuello y pico poderoso, representados en las
litografías rupestres en las dos grandes cuevas del cerro.
El decreto por el cual se declara el valor histórico del yacimiento
de los 482 motivos pictográficos dice: “que el yacimiento
arqueológico del Cerro Colorado, cuyas numerosas grutas
encierran enorme cantidad de pictografías rupestres, puede
considerarse en su género el más importante de América”.
Fue declarado monumento histórico en 1961. Y recientemente
fue propuesto para que la “Unesco” lo declare patrimonio de la
humanidad. Ojalá que ello ocurra y contribuya a salvar del destrozo estas reliquias.
Dicen que en Cerro Colorado se mide el tiempo por la aparición
de las cabras o la luz del sol que al amanecer tiñe la ladera de los
cerros. El camino de pronto se abre ofreciendo dos porciones:
hacia un lado la casa del Indio Pachi, que supo cantar muy lindo
y componer canciones; hacia el otro lado la casa de don Ata, a la
vera de un río, que por lo exiguo más bien parece un arroyo.
Allí Atahualpa, de vuelta de tantos y tantos lugares lejanos,
regresa a los orígenes, para meditar silenciosamente en los
eternos misterios de la tierra y de sus hombres.
Relatos 10
Yupanqui descubrió Cerro Colorado desde Tucumán cuando
desde allí con un amigo recorría pueblos ofreciendo cine y
conciertos al aire libre. “Una vez llegue acá, decía, y me hice
de amigos. Aquí cerca nomas había un señor que estaba
incapacitado por una parálisis para acercarse al poblado,
que estaba a dos kilómetros, entonces yo me llegué hasta
lo del criollo, que se llamaba don Eustacio, de a pie, a las diez
de la mañana, con la guitarra al hombro. Cuando lo vi dije:
buen día. Ya que usted no puede venir, le vengo a cantar yo.
Entonces tomaba tres o cuatro mates y le cantaba. Al irme
prometía volver cuando pudiera. Así vine dos o tres días.
Pasaron tres meses y volví otra vez, ya sin cine, para ver a
los amigos. Yo tenía un caballo que me había prestado y
entonces lo visité a este señor – un paisano bien paisano
– hombre que se manejaba con doscientas ideas y veinte
palabras diarias, que me dijo:
-Yo quiero agradecerle su generosidad de venirme a cantar,
ya que estoy impedido. Elija un rinconcito para levantar su
rancho y venir cuando pueda a descansar.
Y esto es lo que usted está viendo: un rancho con un lugarcito
para un hombre, para su familia. Un remanso lejos del hombre
para encontrar al hombre.
Esa que fuera su casa, Yupanqui en vida la donó para que fuera
lo que es hoy:
“El Centro Cultural Aguas Escondidas” en donde podemos
ver el reconocimiento del mundo a la obra de Yupanqui en su
paso por esta vida. También están muchas de sus pertenencias
personales y descansan junto a un viejo roble sus cenizas
mortales.
Relatos 11
Haciendo referencia a su casa del Cerro Colorado Atahualpa
contaba que una vez lo visitó el ex presidente Illia.
“Yo lo conocí de casualidad hace unos años en Cerro Colorado,
Córdoba. Caía la tarde y me agarró el doctor Illia sin tener qué
ofrecerle.”
“Estaba en el rancho mientras caía la tarde – continúa- y sentí
un auto a unos quinientos metros. Para llegar a mi rancho de
piedra hay que estacionar el automóvil a unos quinientos metros
y luego caminar un trecho, se debe cruzar un arroyo poco
profundo y hay que arremangarse los pantalones para hacerlo.
Sentí el auto, decía, y me asomé y vi encajado el coche en el
arroyo cuyo fondo es arenoso”.
“¿Quién será? Me pregunté. Y en eso veo un señor flaco con
los zapatos amarillos en la mano, y arremangado, canilludo.
Se acerca y me di cuenta que era el doctor Illia.
Lo primero que me dice es:
- Hay que ser amigo suyo para venir a visitarlo.- y entonces le
hice un chiste:
- “Me gusta ver un presidente en patas”…
Por 1987 don Atahualpa va ultimando los detalles para una
fundación, que se concreta en 1989, como fundación Atahualpa
Yupanqui. Dijo en esa oportunidad, al diario Clarín:
“Por supuesto, será en Cerro Colorado. Aun no tiene nombre
definido. Será un sitio para los enamorados de la ecología,
la naturaleza, la botánica, los idiomas antiguos.
En definitiva un hecho cultural en una zona alejada de todo,
y un canto de amor muy personal a la tradición. Tengo muchas
expectativas de todo esto. Tal vez, cuando yo no esté en este
mundo, este modesto centro de ideas continuará de algún modo
con mis ideas, con mis afectos”. Tenía una casa muy grande,
decía: la regalé con mis libros, los puñales de mi abuelo,
ponchos, aperos, regalos que me fue dando la gente en todos
estos años de recorrer el mundo. Entre las cosas que aprendí,
sé que cada vez necesitaba menos para vivir”.
Relatos 12
Cada canción, una historia:
Hasta aquí hemos recorrido la historia de este trovador.
Desde ahora trataremos de presentar las historias que dieron
nacimiento a algunas de sus canciones.
Porque tras el nacimiento de cada canción hay una historia.
Su imaginación poética crea a partir de hechos, pequeñas
historias, sucedidos aparentemente insignificantes, a los cuales
ha cargado de un halo de belleza. Siempre en la cuna de casa
poema hay otras tantas experiencias de vida. En cada mínima
cosa sabe descubrir un significado que proyecta a otro universo
de sentido.
Atahualpa supo contar el nacimiento de algunas de sus canciones.
Por ejemplo el de “La danza de la paloma enamorada”:
Contaba que una tarde, en los campos tucumanos, una paloma
dejo oír su queja, un poco canto, un poco plegaria.
Era la hora quieta, cuando sobre los cañaverales la luz comienza
a pintar cielos rojizos, lilas; y los diluye y vuelve a imprimir los
tonos más severos, como si quisiera adornar la senda ideal de
los sueños, y el camino de los primeros cantos de la noche.
Una guitarra copió algo del canto de la palomita; algo de ese
paisaje tucumano.
Así nació “La danza de la paloma enamorada”.
Relatos 13
Cada canción, una historia:
Atahualpa en alguna oportunidad supo contar como nació
“el arriero”, uno de los temas de su autoría que más trascendencia
tuvo y según algunos críticos con esa canción nació la canción
de protesta en Argentina.
En un reportaje que se le hiciera en 1980, se le preguntó:
¿Cómo compone don Ata? Hago coplas, respondía,
con la idea de ponerle música alguna vez… a cualquier hora
uno puede anotar algunas coplitas. Una vez que hay una frase
ya está la puntita.
“Alguna vez escuché un refrán”: “¿Cómo te va Anto? (por Antonio)
le dice un paisano a otro que va arriando tres vaquitas por el monte. Esto sucede en Anta, provincia de Salta, en la estancia de los Matorras.
Mientras los dueños de casa se habían ido a cazar, yo me había
quedado haciendo el asado para cuando vengan los patrones,
mientras se hacía, nos íbamos comiendo los mejores pedazos,
íbamos picando”…
“Entonces uno de los peones, que estaba allí conmigo, larga él”:
“¿Cómo te va Anto? Y, aquí me ves”, le dice el otro,
“ajenas vaquitas arriando, ajenas culpas pagando”.
Salió medio verso. A mí no me faltaba una libretita y anoté.
Me gustó el refrán.
El otro le dice: cuando encerrés las vacas volvé. Y le hizo
el gesto de comer.
No volvió el hombre. Pero yo anoté el refrán. Parece que me
hubiera pasado el destino por el lado y me largó la frase.
Un año después hice “el arriero”, con ese refrán, dicho por un
paisano. Lo estiré, hablé del paisaje, le puse imágenes,
pero el nudo era ése, la primera versión decía: “ajenas culpas
pagando y ajenas vacas arriando” lindo asunto. Poco a poco la
estructura de la canción, el camino que ella lleva me hizo
cambiarlo por: “las penas son de nosotros, las vaquitas son
ajenas”.
Lo hice más Yupanqui, menos “Anto”. Agradezco la sugerencia
que me hizo el paisano sin saber. El no sabe el gran favor que
me hizo, me tiró una poesía.
Relatos 14
Cada canción, una historia:
“Camino del Indio”
“Tendría yo unos ocho o nueve años- relataba Yupanqui-
cuando mi padre me llevó a Tucumán. La familia se instaló en
Tafí viejo, donde en su primera mocedad mi padre había
aprendido a manipular el telégrafo Morse. Antes había sido
ferroviario y, antes todavía, peón nómade.
A la hora de la siesta simulábamos dormir, y apenas los mayores
bajaban la guardia saltábamos de la ventana de nuestra casa
taficeña y nos íbamos a robar naranjas en las quintas de los
vecinos, las robábamos amargas o dulces, verdes o pintonas.
Las aventuras nos llevaban hasta un kilómetro alrededor de la
casa. Llegábamos a un paraje donde vivía el viejo Anselmo,
al que llamábamos el indio. Aquel sendero que daba vuelta
entre los naranjales y que era nuestro cómplice de travesura era,
por cierto, el “camino del indio”.
Pasaron muchos años. Cierto día me escribieron de Tucumán:
¿Te acordás de don Anselmo? Lo encontraron muerto, ya muy
viejito. Qué te vas a acordar. Ustedes eran muy changos.
Pero yo tenía frescos los recuerdos de aquel tiempo.
Movido por la nostalgia idealicé las caminatas hacia lo de don
Anselmo y escribí mi primera canción. Tenía entonces 18 años.
Fue el cielo azul profundo el que hizo nacer aquellos versos.
Con don Anselmo volvían esos fines de invierno, con un solcito
tibio y los cerros azules, enormes, como si pudiéramos tocarlos
con las manos.”
Relatos 15
Cada canción, una historia:
“El Alazán”
Decía Atahualpa: “Tengo una chacrita en Cerro Colorado,
en la frontera norte de Córdoba, junto a Santiago del Estero…
allí hay un hombre, don Roque, que se ocupa de cuidarme el
caballo.”
Una vuelta don Roque andaba recorriendo los potreros en su
zaino. Se asombró al ver que en uno donde no tenía por qué
haber nada andaban los cuervos davuelteando y davuelteando.
Eran muchos los cuervos, entreverados con aguilu-chos.
Se dijo entonces: ¿Será que murió en el campo algún animal
suelto? Los cuer-vos iban cada vez más abajo, rozando los
arboles. Poquito a poco se fue arrimando don Roque mientras
de esta muerte se tranquilizaba: “Yo no tengo hacienda,
no tengo yeguas con crías, no tengo nada”.
“Sucedió que se me había desbarrancado allí un caballo que
yo quería mucho. Al asustarse se vino el pobre barranca abajo
hacia el río, y un árbol en punta lo reci-bió con su lanza.
Ahí quedó el alazán. Quise ofrecerle este canto:”
“Oscuro lazo de niebla te pialó junto al barranco. ¿Cómo fue qué
no lo viste, qué estrella estabas buscando?
En el fondo del abismo ni una voz para nombrarlo: solito se fue
muriendo, ¡Mi caballo, mi caballo!
Relatos 16
Cada canción, una historia: “adiós Tucumán”
En su origen, esa tonada tiene una tristeza política. Unos amigos
míos eran te-rratenientes de Raco, primos hermanos entre sí.
Y yo, un Juan de afuera. Conocían ellos mi devoción por el paisaje,
por el paso, el caballo, la copla, los hombres, los guardamontes y
las bagualas. Pero la política los alejo de mí y de la amistad
profunda que nos juntaba. Yo soy amigo de la gente sin
preguntarle cómo piensa, ni para qué lado. Me basta con que sea
criolla y suficiente.
Bueno, esta gente empezó a no mostrarme la cara. En las
cumbres de Raco yo tenía un ranchito tortiao, hecho con mis
manos. Me fue para mí. Me largué del ómnibus y había un caballo
que me estaba esperando en la parada, junto al boliche del turco
Antin.
Monté y me fui hasta una tranquera del “campo la Zanja” para
poder subir – desde allí me quedaban cuarenta minutos de viaje
para arriba- y la encontré con llave.
Entonces me acerco a la finca de los señores y digo: “está con
llave”. No sé, me contestó uno de los peones, la habrá cerrado
el niño tal o cual”. Ningún niño, ningu-no de los gauchos amigos
míos estaba allí.
Entonces me di cuenta que la intención era no facilitarme la llegada
a mi po-bre rancho de las cumbres de Raco. Era un descuidar
la amistad, fastidio, repudio a mi condición de criollos.
Ellos se sentían muy argentinos, muy partidarios de
Facundo Quiroga y de Juan Manuel de Rosas.
En cambio yo estaba con el pueblo, con el más golpeado,
con el que tenía alpargatas. Y yo las tenía. Era lo único,
mi guitarra vieja, las alpargatas y muchos sueños. Al otro día
agarré mi caballo y a unos siete kilóme-tros monte arriba le di
un guascazo en las ancas y se perdió galopando en las cum-bres.
“Nunca más te voy a ensillar”, le dije. Me vine.
Lo único que me tomé fue mi máquina de escribir y
unas espuelas, de a pie vine bajando y salté la tranquera.
Hace de esto 28 años y nunca más volví a Raco.
De allí nació esta zamba: “adiós Tucumán”.
Relatos 17
Cada canción, una historia: “la viajerita”
Para pagarle a Tucumán la amistad que me brindó
durante 20 años, una amis-tad de arriba abajo,
desde los cocheritos hasta los dotores, yo no tenía plata.
¿Qué podía hacer? Y bien, me puse a hacerle zambas a cada
departamento: a Burruyacu, a Chicigasta, a Monteros,
a Graneros, a Rio Chico, a Tafi, a Trancas.
Una de esas zam-bas es “la viajerita”. Íbamos los domingos al rio
“Cochuna”, a pescar truchas, con don Baltazar Pereyra, un viejo
empleado de correos. Yo llevaba la guitarra y a la tardecita –
¡Nos comíamos tantas truchas saltadas a la orilla del rio!
Venia la sección de músi-ca, cuando empezaba a ponerse
dulce la luz. Y así nació la viajerita:
“Yo soy de arriba, soy de Cochuna… Ranchito, monte y río, soles
y lunas.
“Hasta Alpachiri voy los domingos, y por la noche, al cerro vuelvo
solito. “¡Ay, viajerita! el alba asoma trayendo de los cerros frescor
y aroma”…
Relatos 18
Cada canción, una historia: “El Tolima”
Según Yupanqui, el muy bello poema con este nombre nació
de una historia acaecida precisamente en el Tolima, montaña
del sur de Colombia.
Hace muchos años, contaba, me regalaron en Popayan,
sur de Colombia, dos tomos escritos por Monseñor Muñoz,
obispo de Bogotá, titulados “la violencia en Colombia”.
Leí el libro con mucha atención. En uno de los pasajes contaba
la vida de un muchachito de 16 o 17 años que apresado y herido,
contó después al sacerdote muchas cosas. Yo he sufrido mucho,
señor –le decía-; pero uno de los dolores más grandes del alma
ha sido cuando me ordenaron tirar mi tiple al río (era tocador
de tiple, el instrumento típico de las montañas colombianas)
¡Pucha que me dolió! ¡Ca-ramba que me dolió el alma!
Yo soy guitarrista, decía Atahualpa. Toda la vida no fui nada más
que eso: un sencillo campesino tocador de guitarra. Por eso,
aquel sucedido me tocó de cerca: aquella lectura me tocó
profundamente. Y compuse esta travesura. Eso pasaba en
el Tolima, una de las montañas del sur de Colombia:
“Solo una vez he llorado callado llanto de indio, fue en la sierra
del Tolima al tirar mi tiple al río”.
Relatos 19
Pablo del Cerro:
En la discografía yupanquiana muchas obras exhiben como autor
de la música el nombre de Pablo del Cerro. Este nombre,
con el de Yupanqui, forma ya un bino-mio inseparable. Pero,
¿Quién era Pablo del Cerro? Es el seudónimo artístico adop-tado
por la señora Antonieta Paula Pepin Fitzpatrick de Chavero,
esposa de don Ata (fallecida a los 82 años en Buenos Aires
el 14 de noviembre de 1990). Nacida en la isla de Terranova –
colonia francesa- se trasladaron con sus padres a Francia,
donde cursó estudios y recibió la doble medalla de oro
en el conservatorio musical de Can-nes, de piano y composición.
Antonieta Paula tenía su única hermana casada,
residente en Buenos Aires; y como su padre decidió visitar
nuestras playas (su madre había fallecido mucho antes)
ella tomó una decisión drástica: en 1972 regaló su casa en la
Normandía, vendió sus propiedades en Francia, y embarcó
para la Argentina. Estableció su casa en Villa Ba-llester,
con su padre.
Siendo una sólida pianista, en nuestro país continuó sus estudios
en el Conser-vatorio Nacional, en el que obtuvo su diploma,
con renombrados maestros: López Buchardo, Antonio de Raco,
Rafael González, Pascual de Rogati, y en armonía con
Gilardo Gilardi.
Como pianista mostraba su preferencia por Bach y Beethoven.
Ya en su prime-ra época ofreció numerosos conciertos y recitales
en salas y radios. Grabo discos; intervino en la obra “Los cuatro
rumbos” de Fernando Ochoa, para cuya obra com-puso preludios.
En 1935 va a Tucumán con la orquesta filarmónica, donde se
conoció con Atahualpa Yupanqui y escuchó alguna de sus
zambas y tal vez percibiera la hondura de don Ata.
La amistad allí entablada se prolongó concluyendo años después
con el casa-miento.
Relatos 20
Pablo del Cerro:
Como ya sabemos este era el nombre artístico de quien fuera
la esposa de Yu-panqui, doña Antonieta Paula Pepin,
gran concertista de piano, relacionada en nues-tro país con
grandes investigadores, como Carlos Vega – cuya obra estudió
– e Isabel Aretz, compañera de estudios.
Llegó a penetrar y asimilar en forma total todas las estructuras de
nuestra música nativa, distinguiendo incluso tenues matices que
diferencian las chacareras de cada región norteña. Su exigencia
de fidelidad a la forma y al espíritu de nuestra música la convertía
en una crítica impiadosa de ciertos autores y ejecutantes.
Alguna vez expresó su preferencia por la milonga pampeana,
observando también el carácter exclusivamente argentino
del estilo de las llanuras.
El seudónimo lo adoptó al comenzar a publicar junto con
Atahualpa, Pablo por Paula, prefiriendo el masculino; y del Cerro,
porque vivía en el Cerro Colorado. Su primera creación fue
“canción de cuna” (evocación del niño… esperanza de vida,
inocencia, y ternura de madre).
Luego seguirían “Indiecito dormido”, “el Alazán”, etc.…
Si era sugestivo el título de su primera obra, lo fue también el de su
última creación: “Melodía de adiós”. Quizás una premonición:
su gran despedida al final de su fecunda obra creadora al lado de
nuestro trovador, durante los últimos 40 años de su vida.
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