Huampi, atemorizado, se propuso obedecer pero en poco tiempo, su vanidad y soberbia pudieron más. Ya no fue Llastay, sino la Madre Tierra quien le habló: si seguía matando, el día llegaría en que falte la carne para comer y las pieles para cubrirse; por ambicioso y egoísta, por no saber apreciar los dones era merecedor del castigo... Desapareció la Madre Tierra y Huampi oyó un silbido mientras sentía el azote del viento que le quemaba la piel. Un huracán espantoso se levantó en todos sus dominios.
Desde entonces sopla el viento zonda por los valles andinos y con voz casi humana repite:
"¡Recuerden el castigo del cazador cruel, sean compasivos con los animales, respeten las leyes de la caza para que no desaparezcan las especies de la tierra!"
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