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FROILAN GONZALEZ

Indio Froilán: el monte santiagueño lo hizo luthier
(Nota publicada en el número 2 de la revista Todo Folklore y Tango)
por Juan Carlos Carabajal
Tal vez que alguien se imagine que se llama José Froilán por el corredor de autos más conocido como el Cabezón y que fuera compañero de ala del mismísimo Fangio. Acertó.
La idea fue de un amigo del padre de este santiagueño macizo como buen quebracho que habla con una facilidad que asombra.
Tal vez usted que no conoce su taller se imaginará que es un tinglado donde las máquinas no dejan conversar y los operarios de riguroso uniforme ostentan una credencial que dice: “Artesanías El Indio”.
Nada de eso. Si no conoce la ciudad de Santiago del Estero pida que lo lleven a la Boca del Tigre, cerca del río Dulce. Irá por avenida Belgrano al norte como quien se va para el aeropuerto y antes de cruzar el canal lo conducirán por la orilla del curso de agua hasta una arboleda y un espacio abierto a los cuatro vientos. Allí está el “taller” del Indio Froilán.


De infancia difícil y miembro de una familia que vivía de la pesca., con su padre, don Ramón Rosa y su hermano Miguel iban de noche al río a recoger los socos, bagres y dorados que a la mañana siguiente la madre y el hermano salían a vender por la calle. La vocación por el oficio que lo ha hecho famoso dentro y fuera de nuestras fronteras le viene de visitar desde niño en el barrio de Huaico Hondo a su tío Polito Neirot que además de fabricar bombos era músico.
Un día, mientras pescaban encontraron un tronco de ceibo que es la madera que se utiliza para hacer el cilindro del bombo.
El primer impulso fue llevárselo al tío pero lo pensaron mejor y decidieron ellos mismos fabricar un bombo. Ahí empieza la historia. Froilán tenía once de los cincuenta y seis años que declara hoy.
El primer repique
En este preciso instante, en algún lugar del mundo está sonando un bombo de Froilán. El hombre habla de Peter Gabriel, Shakira, Virus, Gustavo Santaolalla, León Gieco, Cirque du Soleil, del Chango Nieto, Los Cuatro de Córdoba, Los Altamirano, Alberto Cortez, algunos de los muchos que tienen un instrumento con sonoridad “froileana” como de cualquier santiagueño o cordobés o tucumano que para el mes de julio se cuelga el bombo al hombro y sale por las calles santiagueñas a marchar sacudiendo las entrañas de la tierra como quien mantener despiertos a los ancestros.
La razón de la preferencia de músicos de cualquier extracción y género por los instrumentos que salen de ese taller a cielo abierto tiene que ver con la excelencia debidamente certificada por los intérpretes más exigentes.
Imposible saber cuántos bombos salieron de sus manos curtidas. De aquellos dos primeros ejemplares hechos con un hacha y una maza de propiedad de los González y con una gubia prestada, Froilán no ha llevado una estadística: “No sé cuántos hago en el año. Lo que me interesa sobre todo es que cada ejemplar que salga del taller sea mejor que el anterior”, declara convencido de la validez de una tarea que se prolonga en las clases demostrativas y talleres que dicta en cualquier lugar del mundo.
El improvisado taller familiar tuvo su primer halago cuando en la revista “Así”, en una nota al riojano Ramón Navarro apareció colgado de una pared un bombo que ostentaba un triángulo que era el signo distintivo del novel grupo de artesanos. El triángulo se relaciona con los diaguitas por eso Peteco lo bautizó “el Indio” además de dedicarle una hermosa chacarera.
El secreto de la sonoridad del bombo de Froilán surgió de casualidad. Una fábrica santiagueña exportaba bombos, sobre todo a los Estados Unidos. Con máquinas especiales sacaban hasta diez bombos de cada tronco de ceibo con una particularidad que el Indio descubrió de manera casual. Un músico le trajo un bombo de esa fábrica para que lo arreglara y al hacer los cambios comprobó que algo apagaba el sonido. Eran los “vellos” que en la parte interna del cilindro dejaba la máquina.
“Elemental, Watson”, hubiera dicho el bueno de Sherlock Holmes.
“Eureka, he descubierto el sonido”, dice con picardía el luthier parafraseando al filósofo griego. Había que alisar y pulir la parte interna y nada más. Claro que hay otros detalles que contribuyen a la excelencia del sonido final.
A partir de entonces se inicia una búsqueda de elementos y tratamientos de la madera y los cueros que le dan a un legüero de Froilán categoría de Stradivarius, salvando las distancias.
Nos enzarzamos luego en una charla puramente técnica y artística: la calidad de los cueros (de vizcacha, de cabra, etc.) la utilización del palillo con pompón caída en desuso, el tamaño de los bombos (uno chico para la danza y apto para los bailarines, otro mediano para el acompañamiento y el legüero normal de dimensiones adecuadas para que entre en cualquier vehículo) también de los “sachabombos” que fabrica y que están afinados de mayor a menor como si fuera un sikus, hablamos del uso del bombo colgado como lo hace Julio Paz (de Los Copla), por ejemplo, o en un set de percusión para otros géneros, de cuando León Gieco grabó “De Ushuaia a La Quiaca” y el bombo santiagueño se metió en el rock nacional sino pregúntenle a los Divididos, de qué modo el bombo salido de la Boca del Tigre puede escucharse en Italia, España, Bélgica, Kenia, Japón, Alemania, en los Estados Unidos y siguen las firmas.
El Indio habla de sus viajes a Europa, de una actuación para la BBC de Londres junto a la bonaerense Bárbara Luna y el santiagueño Tachi Gómez, radicados allá, de un festival donde estaba Peter Gabriel y uno medio que se siente abrumado por tanta información que responde a la más auténtica realidad.
Para el final, la estocada
-¿Dejarías Santiago para instalarte por ejemplo en Córdoba si tuvieras una propuesta tentadora?, le disparamos a quemarropa.
- Lo que pasa es que yo trabajo libre en el patio debajo de los algarrobos, los mistoles y las talas, en la corriente de aire, con el canto de los pájaros y el ruido de las catas. Además si me falta madera para hacer un aro ahí nomás a una cuadra me meto en el monte y tengo lo que necesito.
De ese modo gozo de la tranquilidad lejos del ruido que no nos permite crear muchas cosas. Nunca me iría de Santiago. Viajo circunstancialmente por ejemplo a Europa o a Cosquín adonde me fue muy bien.
En mi patio puedo jugar con los perros, con los gallos que tenía antes, eso hace que me tranquilice, puedo estar en bermudas o sin camisa, pero también adonde voy encuentro el lugar adecuado para trabajar como me sucedió en Francia, cerca de Lyon, donde puse los elementos junto a un precipicio, abajo pasaban los vehículos y yo hacía mis cosas como si nada”.
El tema se agota por ahora porque alguna vez tendremos que hablar de las fiestas que se arman en ese patio lleno de magia. Pero ésa es otra historia.
Como corolario expresa su deseo de viajar por el país para enseñar el oficio a los chicos y favorecer su inserción en la sociedad mediante un quehacer que los aleje de las tentaciones.

La marcha de los bombos
Todos los años para el mes de julio y durante la Semana de Santiago que se organiza para festejar un nuevo cumpleaños de la ciudad es parte muy importante esta convocatoria que empezó cuando la Madre de Ciudades cumplía 450 años.

-Nosotros en enero de 2003 estábamos en casa con Eduardo Mizoguchi, la Tere, mi compañera y Freddy García. Mientras comíamos un guiso nos pusimos a hablar sobre un proyecto para presentar ante las autoridades municipales. Se nos ocurrió organizar una marcha de bombos. Tenían que ser 450, uno por cada año. “¿Y los podremos juntar?”, nos preguntamos. Y sí, en ese inicio juntamos 670 bombos. Salió a la calle el pueblo sin distinción de clases sociales ni edades. Hemos visto a criaturitas con el bombo de un lado y del otro la mamadera. Le dimos categoría al bombo que desde siempre fue menos considerado que otros instrumentos. Hoy el movimiento ya no nos pertenece, es de la gente”, rememoró el famoso artesano.

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"...Gracias a la vida que me ha dado tanto

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Gracias a la vida que me ha dado tanto..."